Desde la aparición de Chat GPT en 2022, la sociedad se ha visto inmersa en un mundo que no deja de innovar ni adaptarse a las nuevas tecnologías basadas en inteligencia artificial.
Pero la IA no ha nacido ahora. Aunque el auge de estas herramientas ha popularizado la inteligencia artificial, sus fundamentos teóricos se remontan varias décadas atrás. En 1950, el matemático inglés Alan Turing, considerado el padre de la informática, planteó por primera vez la pregunta que aún hoy es producto de debate: ¿pueden pensar las máquinas?
Las reflexiones de Turing han vuelto a cobrar importancia hoy en día con una prueba que planteó hace más de 60 años y que ha pasado a la historia como el Test de Turing. Esto podría resumirse en un experimento que evalúa si las máquinas pueden tener un comportamiento similar al de un ser humano.
Desde la década de los 50 se empezaron a desarrollar modelos de neuronas artificiales, se exploraron las bases para la computación y la lógica, y poco a poco se produjeron avances en el aprendizaje automático, las redes neuronales y la resolución de problemas. En la década de 2010, la IA redefinió su propio escenario con sistemas capaces de procesar grandes estructuras de datos complejas y revolucionando poco a poco áreas como el procesamiento del lenguaje natural o el reconocimiento de imágenes y voz.
Lo realmente novedoso son los avances que se han producido en el sector de la IA generativa en la última década. Modelos como Chat GPT o DALLE han permitido la creación automática y rápida de contenido. Aunque profesiones como el marketing y el diseño fueron las primeras en verse transformadas su impacto se extiende cada vez más a sectores técnicos, administrativos y operativos. La automatización está modificando profundamente cómo trabajamos, especialmente en tareas repetitivas o basadas en el análisis de datos.
Superar el Test de Turing no implica que una IA tenga conciencia, pero sí demuestra que ha alcanzado un nivel suficiente de competencia para desempeñar tareas que antes estaban reservadas exclusivamente a los humanos, y que ahora están transformando el mundo laboral. Algo innegable es que todos los negocios tendrán que terminar por adoptar la IA en sus procesos si quieren seguir existiendo. La solución no es alarmarse, y mucho menos negar un cambio que ya es una realidad.
Puedes optar por ignorarlo, o bien por indagar en cómo aprender a sacarle partido a esta herramienta.
El punto de partida para aprovechar el uso de la inteligencia artificial es como el de cualquier otro recurso, dotar de conocimiento a quiénes vayan a utilizarlo.
En este sentido las empresas deberían dotar de conocimiento y habilidades a los trabajadores para asegurar un uso responsable y eficiente de esta herramienta. Uno de los miedos más comunes al pensar en la IA es hacer frente a la seguridad de nuestros datos personales. A falta de una regulación a nivel mundial, la Unión Europea se hizo cargo de esto e introdujo el primer reglamento sobre IA en 2024 para garantizar un uso ético y seguro de esta herramienta.
El mayor de los desafíos es el desplazamiento laboral de muchos empleos, que se están quedando obsoletos. La tendencia hacia la automatización de tareas y el intercambio de datos ya es conocida como la Cuarta Revolución Industrial, un concepto que está ampliamente vinculado a la inteligencia artificial, la herramienta capaz de hacer ese cambio realidad.
Según un informe de McKinsey Global Institute, se estima que hasta el 30 % de las tareas laborales en sectores como la contabilidad o el análisis de datos podrían automatizarse completamente antes de 2030, lo que obliga a una rápida readaptación de habilidades. Y como no podía ser de otra manera, esa transformación es plausible en trabajos de manufactura, gestión de almacenes, atención al cliente, consultorías…, que están experimentando una automatización progresiva o en muchos casos, completa. Así, ocupaciones que realizan actividades repetitivas, como los administrativos, analistas de gestión, teleoperadores o auditores, son los puestos más propensos a ser afectados por estas tecnologías.
Pero que no sean susceptibles de cambio, no quiere decir que la adopción de estas herramientas no sea necesaria.
Por ejemplo, los trabajos que requieren de inteligencia emocional son los más seguros frente al desplazamiento de la inteligencia artificial , ya que las habilidades sociales y emocionales son difíciles de integrar en esta tecnología. Puestos como maestros, psicólogos, artistas y psiquiatras son los que se mantienen más al margen de estas sustituciones, pero no hay que olvidar que la IA está más presente en nuestra rutina de lo que imaginamos, y no solo en lo práctico, también en lo emocional.
Incluso si la IA no tiene sentimientos, ni conciencia, ni sensibilidad alguna, se vuelve muy buena fingiendo tener sentimientos. Así abría el debate el historiador Yuval Noah Harari, autor de Sapiens, sobre considerar si las máquinas realmente tienen sentimientos.
No hace falta ser un experto en inteligencia artificial para comprobar si esto es cierto o no. Basta con abrir una conversación con Chat GPT. Le contamos nuestros problemas, nuestras inseguridades, nuestros sueños, nuestras alegrías… Nos escucha, lo entiende y nos responde amablemente y siendo empático. O eso es lo que nos hace creer. Aunque cada vez es más avanzada, la inteligencia artificial, no es capaz de sentir. Pero sí logra simular emociones humanas con una facilidad inquietante porque ha sido entrenada para imitar el lenguaje con el que nosotros nos expresamos.
Esta es la situación en la que se encuentran muchos jóvenes de hoy en día que han crecido en un mundo donde las respuestas están a un clic de distancia. Estudios han confirmado que la recurrencia de la IA como psicólogo es cada vez más común entre los jóvenes, que afirman que los chatbots están allí cuando los necesitan y ofrecen un espacio anónimo y donde no se sienten juzgados.
Pero esto no significa que puedan reemplazar a un terapeuta humano. La IA puede ser útil como apoyo emocional puntual o para organizar ideas, pero no debe utilizarse para tratar crisis graves o problemas psicológicos profundos. Comprender esa diferencia es clave para usarla bien.
Un estudio publicado en PLOS One analizó más de 1.100 sesiones reales de terapia cognitivo-conductual usando inteligencia artificial. Desarrollada por la Universidad del Sur de California, la IA evaluó con un 73 % de precisión aspectos como la estructura de la sesión, el enfoque en el paciente y la colaboración terapéutica, ofreciendo una métrica automática de calidad útil para la formación de terapeutas.
En ámbitos como la salud mental, la IA puede actuar como un apoyo complementario al trabajo del terapeuta, ofreciendo herramientas útiles para la evaluación, organización y acompañamiento emocional puntual. Pero no debemos confundir la simulación de empatía con una conexión humana real. Comprender esta diferencia es fundamental para un uso ético y responsable.
La justificación de invertir en formación en inteligencia artificial son los beneficios.
La IA ha dejado de ser una opción para convertirse en una realidad que transforma cada aspecto de nuestras vidas. No se trata de sustituir lo humano, sino de entender cómo esta herramienta puede complementar nuestras capacidades, mejorar los procesos y ampliar el alcance de nuestro trabajo, siempre que se use con criterio y supervisión.
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